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La identidad cultural como salvoconducto

  • Foto del escritor: Mayte M.G.
    Mayte M.G.
  • 11 jul
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 9 oct

Banner de Mares de Ítaca - Substack
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Continuamos el viaje por los Mares de Ítaca, porque siempre tengo a Ítaca en mi mente y mientras descubro quién soy, a estas alturas aún del viaje, sé que llegar allí es mi destino.


En la última Carta me quedé pensando en quiénes somos en cada escenario de la vida. Desde entonces, no he parado de darle vueltas al concepto de identidad. Así que hoy quiero compartirte algo más. Somos distintas en las reuniones familiares, en los cafés con nuestra amiga del alma, en ese rato de calma frente a nuestra pareja o en las charlas con los compañeros en las pausas del trabajo. Si además vivimos en otro país, la cosa se complica. A veces la identidad se diluye tanto que cuesta reconocerse.


Neues Rathaus - Hannover
Neues Rathaus - Hannover

Te cuento esto porque el otro día una mamá en la puerta del colegio me habló de un humorista muy popular en la Alemania de entre los 80 y 90, es decir, nuestra infancia le dije con naturalidad. Me contó que estaba volviendo a ver sus monólogos en casa y a su hijo le encantaban. Puedes imaginarte mi cara, por supuesto que no conocía a ese señor y por un segundo me hubiera gustado poder compartir recuerdos de una infancia común. Pero yo tuve otra que siempre está presente.


La identidad es, en todas sus formas, lo que nos marcará el camino de retorno a Ítaca

Antes de partir por los Mares de Ítaca ya intuimos que nuestra identidad no es sólida sino líquida y va moldeándose. A veces no nos damos cuenta, otras lo hace incluso pese a nuestra oposición. Sin embargo es lo único con lo que contamos al iniciar el viaje. De todo lo que podemos arrastrar en nuestra maleta, la identidad es, en todas sus formas, lo que nos marcará el camino de retorno a Ítaca.


Cuando tenía 25 años recién cumplidos me subí a un avión con destino a Londres. No pensaba contarte esto tan pronto, pero si hablamos de viajes éste fue el que giró mi vida. Iba con un compañero de la universidad y su pareja pero yo sabía que ese viaje lo hacía sola. Aterrizamos en Heathrow​ y de ahí combinamos una serie de trenes que no soy capaz de recordar hasta llegar a un pueblito al oeste del país. Cuando me bajé del tren en Cheltenham era una noche cerrada de febrero. Levaba doble guante y no recuerdo haber sentido una sensación tan gélida hasta entonces. Parece más bien un cuento de Dickens, pero es que fue la primera vez que noté rodar sobre mí los trocitos de la identidad que hasta aquel momento conocía; la que había compuesto yo misma y la que traía de base, con sus contradicciones y sus coherencias. Piezas minúsculas se resbalaban torpemente desde mi tripa hasta el suelo. Quizá tú también has sentido ese miedo aterrador que supone cambiar de escenario y tener en tus manos un guión que aún no has abierto.


Aquella salida suposo el comienzo. Trasladé mis naves después a Alemania y la brújula recalculó de nuevo el norte. Otro día te contaré algunos detalles de lo que ocurrió por el camino. Ítaca había cambiado de coordenadas y en el puerto que atraqué se oía otro idioma. Y aquí está la cuestión a la que le he dado vueltas y más vueltas: cómo se transforma nuestra identidad y en concteto, nuestra identidad cultural para adaptarse a un medio ajeno mientras se sigue sintiendo en otro idioma. Es una etapa que puede durar varios años y de las volteretas, embestidas y cambios se han encargado tanto la literatura, la antropología o la psicología entre otras, de explicar en sus formas las dimensiones de ese duelo. ¿Cómo encontrar el mástil para no caer del caballo?


El escritor Fernando Aramburu compartió hace un par de meses en el programa El Faro de la Ser con Mara Torres lo importante que ha sido para él la escritura para mantenerse anclado a su propia identidad: un espacio personal de conversación con uno mismo donde poder expresarme con cierta complejidad puesto que vivía en un país donde se hablaba un idioma que aún no dominaba, explica. Aramburu vive desde hace varias décadas en Hannover, la ciudad alemana desde donde te escribo y confieso que me supuso una revelación escucharle. ¡Claro! Necesitamos espacios acolchados donde la espina dorsal de nuestro pensamiento, el lenguaje, se sienta rico y mimado. Otro día si quieres te contaré más sobre esto.


Ese espacio del que habla Aramburu sigue creciendo y se expande a medida que comprendo mi nueva pertenencia a este lugar donde habito. Porque para expresarnos primero hay que ser capaz de sabernos. Reconozco que tener hijos fuera de mi país multiplica los referentes, se suman y se asumen como parte imprescindible de nuestra nueva realidad en casa. Así pues ambas identidades culturales van creciendo: la que me conformó en mi infancia se afianza y esta nueva se va asentando y se hace cada vez más rica para permitirme poder mirar a la otra con un criterio propio y nuevo. Y en ese espacio de juego libre navegar por los Mares es más divertido.


Porque al fin y al cabo identidad no son sólo los rasgos propios o de un colectivo, sino que también es sinonimo de idéntico. Es aquello que permanece, lo que se repite, lo que nos hace idénticas a nosotras mismas en medio del cambio. Y con esa idea cierro el círculo, que me propuse escribirte una Carta semanlamente a cambio de no robarte mucho tiempo.


Desde el Sol de Ítaca.


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